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En un paraje tan virgen y tan apartado del mundo como éste, no es difícil imaginar cómo era la vida rural en la Comarca del Nervión hace 70, 100, 200 o… 500 años. Con sus cosas buenas y sus cosas malas, muchas tradiciones, muchos usos y costumbres de nuestros antepasados medievales, han estado en vigor, se han mantenido casi intactos hasta bien entrado el siglo XX.
Hasta que las villas comenzaron a aglutinar a los habitantes del campo, éstos vivían aislados en caseríos esparcidos por los valles y los montes, o en reducidos barrios de tres o cuatro caseríos.Beldui


En un paraje tan virgen y tan apartado del mundo como éste, no es difícil imaginar cómo era la vida rural en la Comarca del Nervión hace 70, 100, 200 o… 500 años. Con sus cosas buenas y sus cosas malas, muchas tradiciones, muchos usos y costumbres de nuestros antepasados medievales, han estado en vigor, se han mantenido casi intactos hasta bien entrado el siglo XX.
Hasta que las villas comenzaron a aglutinar a los habitantes del campo, éstos vivían aislados en caseríos esparcidos por los valles y los montes, o en reducidos barrios de tres o cuatro caseríos. Incluso a pesar del mencionado auge de las villas y de las ciudades, esta vida “solitaria” no se perdió en absoluto.
Existe entre nosotros, los vascos, un dicho, una especie de fábula, que sirve de perfecto ejemplo para ilustrar esa fama de independientes que tenemos, y es el que compara a las ovejas de otras latitudes con las nuestras. Reza así: “Observa un rebaño de ovejas, castellanas, por ejemplo. Las verás siempre todas apiñadas, en invierno y en verano. Observa ahora un rebaño de nuestras ovejas. Haga frío o calor, las verás cerca unas de otras, pero cada una por su lado”.
De ese modo viven Juan y Domeka, los propietarios de Beldio, el caserío que tenéis ante vosotros. Se mantienen en contacto con los vecinos que pueblan la parte baja de la montaña, así como con los pueblos cercanos, Llodio, Luyando, Amurrio…, pero hacen su vida en las alturas de este emplazamiento que goza de unas vistas y de un microclima envidiables. Al amparo de este microclima cosechan lo que ellos llaman vino de la cosecha de la tierra y que nosotros conocemos, debido a ciertas circunstancias históricas, como chacolí.
La existencia de esta pareja de aldeanos transcurre entre el trabajo diario en sus viñedos, el cuidado de la huerta y el mantenimiento de sus animales. Al igual que todos los campesinos de la comarca, viven con inquietud y temor las tensas relaciones existentes entre los grandes señores, los conocidos como Jauntxos, Banderizos, y Parientes Mayores. Estos verdaderos señores de la guerra, en eterna pugna por poseer más que sus rivales, siembran el terror con sus continuas escaramuzas, sus robos, sus enfrentamientos, sus saqueos, sus homicidios…
Pero el día a día de Juan y de Domeka comprende también otras muchas cosas que lo hacen agradable y fructífero: el amor a las tradiciones, el respeto a las costumbres, y la impagable satisfacción de recoger cada año el fruto de sus desvelos, un fruto que les permitirá afrontar con garantías el futuro inmediato, un fruto que están encantados de compartir con todos aquellos y todas aquellas que se acerquen a Beldio, su caserío, su hogar.

Bienvenidos a él.
Incluso a pesar del mencionado auge de las villas y de las ciudades, esta vida “solitaria” no se perdió en absoluto. Existe entre nosotros, los vascos, un dicho, una especie de fábula, que sirve de perfecto ejemplo para ilustrar esa fama de independientes que tenemos, y es el que compara a las ovejas de otras latitudes con las nuestras. Reza así: “Observa un rebaño de ovejas, castellanas, por ejemplo. Las verás siempre todas apiñadas, en invierno y en verano. Observa ahora un rebaño de nuestras ovejas. Haga frío o calor, las verás cerca unas de otras, pero cada una por su lado”.
De ese modo viven Juan y Domeka, los propietarios de Beldio, el caserío que tenéis ante vosotros. Se mantienen en contacto con los vecinos que pueblan la parte baja de la montaña, así como con los pueblos cercanos, Llodio, Luyando, Amurrio…, pero hacen su vida en las alturas de este emplazamiento que goza de unas vistas y de un microclima envidiables. Al amparo de este microclima cosechan lo que ellos llaman vino de la cosecha de la tierra y que nosotros conocemos, debido a ciertas circunstancias históricas, como chacolí.
La existencia de esta pareja de aldeanos transcurre entre el trabajo diario en sus viñedos, el cuidado de la huerta y el mantenimiento de sus animales. Al igual que todos los campesinos de la comarca, viven con inquietud y temor las tensas relaciones existentes entre los grandes señores, los conocidos como Jauntxos, Banderizos, y Parientes Mayores. Estos verdaderos señores de la guerra, en eterna pugna por poseer más que sus rivales, siembran el terror con sus continuas escaramuzas, sus robos, sus enfrentamientos, sus saqueos, sus homicidios…
[image:image-3]Pero el día a día de Juan y de Domeka comprende también otras muchas cosas que lo hacen agradable y fructífero: el amor a las tradiciones, el respeto a las costumbres, y la impagable satisfacción de recoger cada año el fruto de sus desvelos, un fruto que les permitirá afrontar con garantías el futuro inmediato, un fruto que están encantados de compartir con todos aquellos y todas aquellas que se acerquen a Beldio, su caserío, su hogar.
Bienvenidos a él.

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